martes, 28 de agosto de 2012

EL SACRIFICIO EUCARÍSTICO, en las Sagradas Escrituras y en nuestra vida.


Los sacrificios en el antiguo Israel:

Los cristianos considerarán más tarde el relato de Abrahán como una alegoría del sacrificio de Jesús en la cruz. Hay muchas semejanzas. En primer lugar, Jesús, como Isaac, era el fiel hijo único, amado del padre. Además, como Isaac, Jesús acarreó el leño para su propio sacrificio, que consumaría en un monte de Jerusalén. Para los lectores cristianos, incluso las palabras de Abrahán resultaron proféticas: <<Dios se proveerá el cordero para el sacrificio>> (Gn 22, 8). El Cordero anunciado entre sombras, por supuesto, era Jesucristo, Dios mismo: <<ya que en Cristo Jesús la bendición de Abrahán recaería sobre los gentiles>> Gal 3, 14.

En tiempos de la esclavitud de Israel en Egipto, resulta claro que el sacrificio ocupa una parte esencial y central de la religión de Israel. Los supervisores del Faraón les echan en cara que los frecuentes sacrificios de los israelitas no eran más que una excusa para dejar de trabajar (cf. Ex 10, 25). Más tarde, cuando Moisés hace su petición al Faraón, una de sus demandas es el derecho de los Israelitas a ofrecer sacrificios a Dios.

¿Qué significaban todas esas ofrendas? El sacrificio de un animal significaba muchas cosas para los antiguos israelitas:

-. Era un reconocimiento de la soberanía de Dios sobre la creación: <<la tierra es del Señor>> (Sal 24, 1) El hombre reconocía este hecho devolviendo a Dios lo que en última instancia es suyo. Así, el  sacrificio era una alabanza a Dios, de quien proviene toda bendición.

-. El sacrificio podía ser un acto de agradecimiento por el don de la creación, por sus manifestaciones de poder y salvación, de amor y misericordia por su pueblo.

-. Algunas veces, el sacrificio servía como modo solemne de sellar un acuerdo o juramento, una alianza ante Dios. (Cf. Gn 21, 22-23)

-. El sacrificio podía ser también un acto de renuncia y pesar por los pecados. La persona que ofrecía un sacrificio reconocía que sus pecados merecían la muerte; ofrecía la vida de un animal en lugar de la suya propia.

El sacrificio en la Pascua: pero el sacrificio central de la historia de Israel fue la Pascua, que precipitó la salida de Egipto de los israelitas. Para la Pascua, Dios ordenó que cada familia israelita tomase un cordero sin mancha y sin ningún hueso roto, lo matase, y rociase su sangre en las jambas de la puerta. Esa noche los israelitas debían comer el cordero. Si lo hacían se perdonaría la vida de su primogénito. Si no lo hacían su primogénito moriría esa noche, junto con todos los primogénitos de sus rebaños (cf., Ex 12, 1-23). El cordero sacrificado moría a modo de rescate, en lugar del primogénito de la casa. La Pascua era, por tanto, un acto de redención, un <<volver a comprar>>.

El Señor dijo a los israelitas, entonces, que conmemoraran la Pascua cada año, e incluso les dio las palabras que debían usar para explicar el ritual a las futuras generaciones: <<cuando vuestros hijos les pregunten: “qué significa para nosotros este rito?”, diréis: “es el sacrificio de la Pascua del Señor, que pasó de largo de largo de las casas del pueblo de Israel en Egipto, cuando golpeó a los Egipcios”>> (Ex 12, 26-27).


Actualización en la Eucaristía:

La Eucaristía es el nuevo sacrificio. Ya no es alegoría, como el de Isaac, es la presencia real del mismo Jesucristo que en obediencia al Padre se sacrifica por todos nosotros. Hoy también en muchas familias dicen que los que van a misa se toman siempre una excusa por no trabajar en la casa y atender sus obligaciones. Hay maridos que se molestan porque su esposa o sus hijos van a misa. A ellos hay que decirles como Moisés le dijo al Faraón: <<Deja salir a tu esposa y a tus hijos al templo, pues ellos tienen derecho de ir a ofrecer el sacrificio a Dios>>.

¿Qué sacrificio se ofrenda en la Santa Misa? 

_. Cuando nos persignamos, nos postramos de rodillas, cada vez que decimos amén, especialmente cuando recibimos a Jesucristo en la comunión, estamos reconociendo su soberanía sobre toda la creación y especialmente sobre nuestras vidas. Rendimos alabanza a Dios de quien proviene todo lo que nos rodea y lo que tenemos. Le alabamos por los frutos de la tierra, por el aire, por el don de la vida. También por los dolores y pruebas que nos han hecho madurar y aprender.

-. Debemos estar ante este altar en la Eucaristía colmados de profundos sentimientos de gratitud hacia nuestro Señor por su ofrecimiento voluntario, siendo inocente, para pagar por nuestros pecados con su propia sangre santa. De ese sacrificio nuestra vida depende y nuestra salvación y vida eterna alcanzamos. Cuán agradecidos con él debemos estar y con qué actitudes antes, durante y después de la misa deberíamos de estar.

-. Al estar de rodillas adorándole en la consagración nos preparamos para sellar con Él la alianza y el pacto de comunión. Acto que se realizará al dar la paz a nuestros hermanos y sobre todo al comulgar. Que regalo y amor tan grande ha tenido Dios con los seres humanos que nos ofrece alimentarnos con el cuerpo y la sangre de su Primogénito Jesucristo. El compromiso y juramento de esa alianza de comunión y de permanecer siempre en ÉL lo sellamos al responder AMÉN en el momento de recibir la hostia consagrada. Luego de este momento tan definitivo y santo nuestra vida ha de sufrir una profunda y plena transformación. Después de comulgar Jesús se queda dentro de nosotros  todo el tiempo que nosotros queramos. EL hace de nuestro corazón su hogar

-. Vamos a la misa porque reconocemos que hemos pecado y porque necesitamos de ese sacrificio que Jesucristo está ofreciendo de su propia vida para pagar nuestras culpas, rescatarnos de la muerte. Cuando comulgamos estamos levantándonos para ir a pedirle al Señor que con su cuerpo y su sangre nos rescate. Quien vive sin comulgar permanece resistiéndose a que el Señor lo salve y lo rescate de sus pecados. Le está diciendo: <<no quiero que pagues por mis pecados. Déjame así como estoy>>.

En la noche de la Pascua los israelitas se vieron librados de la muerte porque la noche antes de su liberación de la esclavitud comieron el cordero y con su sangre tenían rociadas las jambas de las puertas. Así hoy, aquellos que tienen sus labios rociados por haber comido del cuerpo y la sangre del Cordero que Dios ha dado en provisión para pagar nuestros pecados, se verán librados de la muerte eterna.

Vivamos valorando y enseñando a los demás a valorar el sacrificio del Señor. Muchos ya no saben que significa el comulgar. Muchos desprecian este sacrificio yendo a sacrificar animales y a beber sus sangres en ritos de santería, brujería. Digamos: “Perdónales, Señor. NO saben lo que hacen”. Ayudémosle a descubrir que ya no es necesario ofrecer más sacrificios de animales por nuestra Salvación, porque el sacrificio necesario y perfecto ya se hizo: el sacrificio de nuestro Señor Jesucristo en la cruz. Por eso es que vamos a la Eucaristía: es el sacrificio que todos debemos comer y beber.



Parte de esta publicación la he fundamentado de la obra: "La Cena del Cordero", de Scott Hahn.

1 comentario:

  1. Padre, hay una razón de que no se haya tomado en cuenta a Ismael como el "primogénito de Abraham", o será que como hijo de esclava y el ser desterrado y no estar engendrado dentro de matrimonio, no tenia derecho? lo que dice Dios en .Gn 21.12-13,y no se habla mas de él.lo digo por la utilización de la palabra "primogénito" e "hijo único" dado a Isaac.

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