domingo, 31 de marzo de 2013

¿Qué tienen que ver: IR A MISA Y CONFESARSE y la RESURRECCIÓN DE CRISTO?


El cristiano que ha acudido al Sacramento de la Confesión a enfrentar su propios pecados confesándolos ante el sacerdote, se ha sumergido con Cristo y sale vencedor de la muerte, por los méritos y la gracia de Cristo.
A lo largo y en la amplitud de las Sagradas Escrituras la palabra "MUERTE" está abierta y explícitamente más vinculada a la situación de estar inmersos en el PECADO que al suceso mismo del final de la existencia terrena, al dejar de respirar, a la descomposición de nuestros cuerpos en un ataúd, en un cementerio.

El que piensa y vive para acumular bienes de este mundo y para servirle a los ídolos de este mundo presta atención y se preocupa solamente es de su muerte corporal. Mira como insignificante y le resbala lo que respecto a su alma le digan los demás.

Pensar debemos en aquellas palabras de la Sagrada Escritura: 

"Y no temáis a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma; temed más bien al que puede llevar a la perdición alma y cuerpo en la gehenna"

Cristo resucitó y venció de manera definitiva y para siempre el poder de la muerte sobre el mundo; venció a aquél que tenía el dominio sobre la muerte: el Diablo.








VOY A CRISTO... EN LA CONFESIÓN..., EN LA EUCARISTÍA.

Cristo resucitado eligió Él mismo quedarse para siempre entre nosotros según la manera que Él mismo escogió y estableció para perpetuar así su dominio sobre la MUERTE = sobre el PECADO y hacerlo estando muy cerca nuestro, encarnado y cercano entre los suyos.

Por eso... IR A CONFESARSE e IR A MISA significan... ir a presentarse y decirle a JESUCRISTO: 

"Vengo por ese sacrificio que hiciste por la humanidad y por mí en la cruz..."

"Vengo a tomarlo para mí, a decirle AMÉN, a que acontezca para mí..."

"Necesito en mi vida el fruto de ese sacrificio santo porque vengo arrastrado y hundido en la muerte por el pecado que he cometido..."

"Vengo a traerte mis pecados, mis miserias..."

"Vengo a darle muerte a mis pecados, a liberarme de la muerte que el pecado me causó..."

"Vengo por esa sangre que derramaste por mí en la cruz, para que se derrame sobre mí con la absolución, con la comunión de tu cuerpo y de tu sangre presentes en la Confesión y en la Eucaristía."

"Sé que estás vivo aquí, Sé que estás presente en la hostia consagrada y en la absolución del sacerdote que pusiste a mi servicio...,"

"Vengo a romper con la muerte, a liberarme de ella, dejando que tú, victorioso Jesucristo, me salve, me rescate de la muerte para introducirme ahora mismo y por siempre en la vida eterna para estar siempre en comunión contigo."

"Vengo a alimentarme de ti para recibir tu fortaleza, para no vivir solo en el mundo, para que tú Señor vengas conmigo, no afuera sino dentro de mí. Por eso quisiste que te comiera a ti, verdadera comida y verdadera bebida; por eso elegiste pan y vino para que así te pudiera comer. Sé que detrás de esas apariencias estás oculto y vivamente presente en plenitud, verdadero Dios y verdadero hombre."

"Sé que no puedo regresar al mundo permaneciendo débil y desnutrido ante las duras batallas que tendré que enfrentar para vencer al maligno, que no descansará para tratar de llevarme nuevamente a la muerte, a su dominio, al pecado.
Por eso me cuido, me alimento de ti mismo, mi Señor Jesucristo."

"Al asistir el domingo a la Santa Misa, acudo a celebrar la alegría de mi comunión con el que está vivo y venció la muerte, a cantar las alabanzas por aquel que me rescató de la muerte y vive para siempre...,

"Vengo a Misa a estrechar mi unión con él con el acto de acercarme a comulgar con su Cuerpo y con su Sangre.... y al confesarme vengo a buscar su auxilio, su protección, a librar las batallas allí.. con Él."

Es diferente librar las batallas contra Satanás solos en el mundo a librarlas allí donde están sus siervos que tienen inmediatamente disponibles para mí el poder que Cristo les ha dado de absolverme del pecado que me hacía siervo del Demonio. El pecador ante el sacerdote confiesa su pecado, con su sinceridad acusando ante el representante de Dios (el sacerdote) el mal que hizo pisa la serpiente del Diablo por la cabeza y la domina mientras el sacerdote, por el poder que Cristo le confirió, le da al Diablo el golpe final para expulsarlo al darle al penitente la absolución, o liberación del pecado, es decir, la muerte.

Qué difícil se hace esto pretendiendo hacerlo solos debajo de un árbol, encerrados en una habitación.

Cristo ha vencido para siempre la muerte, y son victoriosos con él todos aquellos que acuden a él en el Sacramento de la Confesión a librar allí sus propias batallas de la vida, acompañados de un servidor de Cristo, de un embajador suyo, de un ministro suyo, a través de quien Cristo mismo actúa para perdonar, salvar, rescatar, liberar. 

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