LA HISTORIA DE UN ESCALADOR
Un famoso escalador intentando llegar a la
cumbre de una elevada montaña sintió de pronto que en su mente aparecían
imágenes de todos los reconocimientos que recibiría por la hazaña realizada.
Muy pocos habían sido los seres humanos que habían podido llegar a tal cumbre. La televisión y la prensa, el internet; su prodigio recorrería las páginas
publicitarias más importantes del mundo. Toda esa emoción le daba mayor
sublimidad a la llegada de este montañista. Se sintió importante y grande,
caminaba erguido mientras le faltaban apenas unos pocos metros para llegar a la
cúspide. De pronto una fuerte brisa sopló en aquel lugar y el montañista dio
vueltas abajo. Todas las imágenes y fantasías de su mente desaparecieron y de
cada paso que tenía que dar se tuvo que concentrar; comprendió que para llegar
a la punta más alta de la montaña tenía que hacerlo de rodillas para protegerse
de no volver a caer. No todo lo tenía bajo control. Al momento de mayor gloria
de su vida tuvo que acercarse de rodillas
y dejar a un lado su altivez, su arrogancia, su orgullo. Así tuvo que
aparecer en las fotografías: de rodillas.
CUANDO CONFUNDIMOS AL HÉROE.
Así somos los seres humanos ante Dios. De
rodillas alcanzamos de Él toda la gloria y ante el mundo brillan con mayor
grandeza nuestros actos. La humildad y la sencillez siempre han salido mejor
premiadas que la arrogancia.
Abrahán por su obediencia incondicional a
Dios, por su fe indeleble tuvo un hijo siendo ya un anciano y fue merecedor de
ser el padre de muchas generaciones.
José, el hijo de Jacob, por su humildad y fidelidad,
fue engrandecido por el Faraón de Egipto. Le hizo administrador de todos los
bienes de su imperio.
David, por sentirse indigno de habitar en una
lujosa casa de cedro mientras que el Arca del Señor se encontraba dentro de una
abandonada tienda de campaña, recibió de Dios desbordantes bendiciones y
promesas.
Juan el Bautista es un insigne ejemplo de
humildad y sencillez para cualquier consagrado. Continuamente exclamaba no ser
el la luz, sino el que anunciaba a la luz; no ser el camino sino el que preparaba
el camino a quien no era ni siquiera digno de desatarle las sandalias. Dijo
Juan: “Yo los bautizo en el agua, y es el
camino a la conversión. Pero después de mí viene uno con mucho más poder que yo
—yo ni siquiera merezco llevarle las sandalias-, él los bautizará en el
Espíritu Santo y el fuego” (Mt 3, 11). Que reconocimiento y qué palabras
más hermosas las que Jesucristo le dedica a Juan el Bautista: “Yo les digo que entre los hijos de mujer no
hay ninguno más grande que Juan Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el
Reino de Dios es más que él.”(Lc 7, 28)
Admirable la actitud de sencillez y humildad
de María, la Madre de Jesús. Tan elevado honor le concede el Padre de ser la
Madre del Salvador y tan ejemplar la respuesta suya de considerarse y ofrecerse
ante Dios como esclava, como sierva suya. Reúne María todos los atributos que
un auténtico discípulo debe reunir.
Pablo, el gran Apóstol misionero, organizador
y fundador de comunidades cristianas, se sentía así mismo el último y el más
indigno entre los seguidores de Jesucristo. Se llegó a llamar así mismo aborto
de la naturaleza. Su motivo de orgullo fueron los padecimientos que por la
causa de Cristo llegó a padecer, y aún así los consideraba incomparables al
lado de los sufrimientos de Jesucristo.
La tentación de la presunción y de buscarnos a
nosotros mismos nos persigue y asecha, así como asechaba a los discípulos
Santiago y Juan que aparecen pidiéndole a Jesús les concediera los primeros
puestos en su Reino. Ante la actitud arrogante y soberbia de los fariseos
Jesucristo le dijo a sus discípulos: el que quiera ser el primero que sea el
servidor de todos y el que quiera ser grande que se haga el más pequeño entre
los demás.
El mundo vive de reconocimientos, de diplomas,
medallas, títulos. La secularización, sabemos ha penetrado en las costumbres y
modos de pensar en muchos consagrados. También nosotros muchas veces perdemos
de vista nuestra razón de ser y lo que debemos ser y nos encontramos nadando en
las corrientes del mundo del protagonismo, del culto a la propia imagen, a la
propia personalidad.
¿CÓMO VERÁN HOY LAS GRANDEZAS DEL SEÑOR?
Que difícil les será a muchos llegar a
contemplar las obras admirables que continuamente hace nuestro Señor Jesucristo
si cada vez que suceden nos atribuimos a nosotros mismos el mérito de ellas.
¿Cómo podrán ver al Señor si vivimos ocultándolo justo en los mejores momentos?
¿De cuantas pasiones y mundanos criterios nos tendremos que deshacer y
purificar para que nos vean como discípulos y no como eternos maestros, guías?
¿Cuántas podas nos estaremos mereciendo para sanarnos de nuestras arrogancias,
de nuestros orgullos, de nuestra soberbia, de nuestras prepotencias? ¿A qué nos
ha llamado el Señor y en qué nos hemos convertido?
Abramos nuestro corazón y esté disponible a la
enseñanza del Señor nuestra mente. Sea su Palabra cincel que va tallándonos de
acuerdo a su voluntad. Expresemos con
nuestros labios que estamos dispuestos, que queremos que venga a nosotros a
moldearnos y que sea su Palabra nuestro dulce manjar para el alma:
Jn 15, 1 – 17.
1Cor 1, 17-25.
Stgo 4, 1-17.
Reflexión-Compartir:
¿Qué podemos hacer en los momentos cuando
nos halagan, nos felicitan o nos alaban para que Jesucristo resplandezca y nosotros no lo opaquemos?
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