jueves, 21 de marzo de 2013

FUENTES SOBRE LA SANTA MISA QUE DATAN DE LOS PRIMEROS SIGLOS:



Conozcamos algunos testimonios de pastores de la Iglesia de Dios de los primeros tres siglos. No son simples personas comunes o gente que en aquella época se encontraba en apostasía o infidelidad a Cristo; se trata de los primeros sucesores de los Apóstoles de quienes hay pruebas de su heroica vida en santidad:

Ignacio de Antioquía (45-107 d.C): 
“Que nadie sin el obispo haga nada de lo que atañe a la Iglesia. Sólo aquella Eucaristía ha de ser tenida por válida: la que se hace por el obispo o por quien tiene autorización de él”. (1)

San Justino (100-165 d.C.): 
“A este alimento lo llamamos Eucaristía. A nadie le es lícito participar si no cree que nuestras enseñanzas son verdaderas, ha sido lavado en el baño de la remisión de los pecados y la regeneración, y vive conforme a lo que Cristo nos enseñó. Porque no los tomamos como pan o bebida  comunes, sino que, así como Jesucristo, Nuestro Salvador, se encarnó por virtud del Verbo de Dios para nuestra salvación, del mismo modo nos han enseñado que esta comida—de la cual se alimentan nuestra carne y nuestra sangre—es la Carne y la Sangre del mismo Jesús encarnado, pues en esos alimentos se ha realizado el prodigio mediante la oración que contiene las palabras del mismo Cristo. Los Apóstoles—en sus comentarios, que se llaman Evangelios—nos transmitieron que así se lo ordenó Jesús cuando, tomó el pan y, dando gracias, dijo: Haced esto en conmemoración mía; esto es mi Cuerpo. Y de la misma manera, tomando el cáliz dio gracias y dijo: ésta es mi Sangre. Y sólo a ellos lo entregó (...). (2)

San Ireneo de Lyon (140-202 d.C.): 
“Pues él mismo confesó que el cáliz, que es una creatura, es su sangre (Lc 22,20; 1 Cor 11,25), con el cual hace crecer nuestra sangre; y el pan, que es también una creatura, declaró que es su propio cuerpo (Lc 22,19; 1Cor 11,24), con el cual hace crecer nuestros cuerpos.” (3)
1) Ignacio de Antioquía, Carta a los Esmirnas, VIII; año 107 d. C. Fue discípulo del Apóstol Juan.
2) San JUSTINO, Apología 1, 65-67.
3) Ireneo de Lyon, Contra las herejías, V, 2, 2.


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