Muchas enseñanzas de estas palabras de Jesús podemos recoger
para nutrirnos espiritualmente en la fe…
Aprendemos
que…
ü Familia es mucho más que poseer en común el
mismo tipo de sangre. Para Jesucristo familia son aquellas personas que
escuchan los mandatos de Dios y los tratan de poner en práctica. Tal vez en
muchas casas lo que existe no es una familia sino una especie de hotel donde
viven un grupo de extraños cada uno en su mundo privado.
ü No está haciendo Jesucristo ningún acto de
desprecio hacia su madre, la Virgen María, porque si de escuchar y practicar la
voluntad de Dios se trata, no conocemos otro ser humano en la Biblia que haya
sido tan fiel a Dios como ella. No hay un ser humano que se le iguale o
aproxime a María en haber tenido una experiencia y comunión con el Espíritu
Santo como lo tuvo ella. Así lo reconoció con mucha claridad el mismísimo
Martín Lutero. La expresión la dirige hacia Jesucristo a señalar la falta de fe
y la incredulidad de sus propios parientes. Recordemos bien lo que el Señor
mismo dijo: “Si hay un lugar donde un
profeta es despreciado, es en su tierra, entre sus parientes y en su propia
familia.” Y no pudo hacer allí ningún milagro. Tan sólo sanó a unos pocos
enfermos imponiéndoles las manos. Jesús se admiraba de cómo se negaban a creer.
(Mc 6, 4-6)
ü No se está diciendo que la Virgen María tuvo
más hijos. La Biblia no se interpreta al pie de la letra; eso sería faltarle el
respeto a la Palabra de Dios y al mismo tiempo estar utilizándola para pecar.
Variadas acepciones tiene en la Sagrada Escritura el termino <<hermanos”.
En este caso se está refiriendo a todos los parientes de nuestro Señor.
Imagínense esto, si cada vez que en la Biblia aparezca la palabra hermanos significara
que son personas a quienes una misma madre los parió, ¿cómo podrían explicar
entonces de qué vientre nacieron los diversos grupos de hermanos mencionados en
1Cró 15, 3-12, los cuales alcanzan a números de 120, 220, 130, 220, 80 y 112.
Imagínense, quien iba a creer y a reconocer que Jesucristo es el Mesías si
todos hubiesen constatado con sus ojos que su madre no era Virgen. Precisamente, la virginidad de su madre María era la gran señal para reconocer al Mesías que había anunciado el profesa
Isaías (7, 14) y que Mateo 1, 22 dio reconocimiento escrito de su cumplimiento.
ü Detrás de aparente preocupación de los propios
parientes por Jesucristo se esconde la abierta indiferencia con que siempre
asumieron el plan que Dios había trazado para con Jesucristo desde su niñez.
Nos hace recordar cómo son tratados también hoy los niños y jóvenes que se ven
despreciados por su propia familia en sus inquietudes vocacionales. Hay padres
de familia que se vuelven totalmente en contra de sus hijos si estos
manifiestan tener vocación a la vida sacerdotal o religiosa. Estas dificultades
no son más que pruebas, que así como Jesucristo las enfrentó y superó, también
las deben superar nuestros niños y jóvenes de hoy.
ü Nos está dando una gran noticia nuestro Señor,
es un regalo sin igual el que nos da. Quienes le seguimos, su Iglesia, es una
familia; y esa fraternidad se siente y se vive con intensidad en la medida que
todos y cada uno hacemos caso a nuestra santísima Virgen María: “hagan todo lo que Él les diga”. (Jn 2,
5)
ü Nos está recordando nuestro Señor que antes
que nosotros Él padeció en carne propia el rechazo y la incomprensión de sus
propio entorno familiar. Nos está recordando que padeceremos muchas
tribulaciones y momentos difíciles por seguirle fielmente dentro de la Iglesia
que Él personalmente fundó.
ü Se nos abren los
ojos para comprender que la paternidad o maternidad física, siendo muy
importantes, no lo constituyen todo para la persona. Porque cada hombre o mujer
no depende únicamente de sus progenitores, sino sobre todo de Dios, que da el
ser a todo cuanto existe.
ü Jesucristo
insistió a sus discípulos en el tema de la fraternidad universal. Por este
motivo, cualquier persona que sufre debe constituir un reclamo para mí. No
puedo quedar indiferente, porque ¡se trata de mi hermano! ¿Cómo puedo abandonarle?
ü Los niños y los
jóvenes ven en este acontecimiento de la vida de nuestro Señor Jesucristo un
espejo de cómo es la vida y de lo que les espera. A todos nos está enseñando
que tarde o temprano llega el momento de partir de casa y asumir con responsabilidad
la propia vida. Por eso desde los primeros años asumimos con entusiasmo y
compromiso el estudio, la laboriosidad, el saber ejercer la libertad y el tomar
decisiones, entre otros. No es lo normal que alguien crezca y eternamente
permanezca en casa sin madurar y transitar las diversas etapas de la vida.
Existen personas de muchos años que permanecen siendo eternamente adolescentes,
que se resisten a cambiar, a quemar etapas: son los llamados adolescentes en
cuerpo de adultos.
ü Aprendemos todos
con este pasaje bíblico que los cambios más trascendentales en la vida no son
fáciles y que debemos ser firmes en mirar siempre hacia adelante cuando los
caminos que vemos para transitar son los de Dios.
Elaborado por: Padre Héctor Pernía, Sdb (Mfd)
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