jueves, 2 de agosto de 2012

¿QUIÉNES SON MI MADRE Y MIS HERMANOS? (Lc 8, 19-21)


Muchas enseñanzas de estas palabras de Jesús podemos recoger para nutrirnos espiritualmente en la fe…

Aprendemos que…

ü  Familia es mucho más que poseer en común el mismo tipo de sangre. Para Jesucristo familia son aquellas personas que escuchan los mandatos de Dios y los tratan de poner en práctica. Tal vez en muchas casas lo que existe no es una familia sino una especie de hotel donde viven un grupo de extraños cada uno en su mundo privado.

ü  No está haciendo Jesucristo ningún acto de desprecio hacia su madre, la Virgen María, porque si de escuchar y practicar la voluntad de Dios se trata, no conocemos otro ser humano en la Biblia que haya sido tan fiel a Dios como ella. No hay un ser humano que se le iguale o aproxime a María en haber tenido una experiencia y comunión con el Espíritu Santo como lo tuvo ella. Así lo reconoció con mucha claridad el mismísimo Martín Lutero. La expresión la dirige hacia Jesucristo a señalar la falta de fe y la incredulidad de sus propios parientes. Recordemos bien lo que el Señor mismo dijo: “Si hay un lugar donde un profeta es despreciado, es en su tierra, entre sus parientes y en su propia familia.” Y no pudo hacer allí ningún milagro. Tan sólo sanó a unos pocos enfermos imponiéndoles las manos. Jesús se admiraba de cómo se negaban a creer. (Mc 6, 4-6)

ü  No se está diciendo que la Virgen María tuvo más hijos. La Biblia no se interpreta al pie de la letra; eso sería faltarle el respeto a la Palabra de Dios y al mismo tiempo estar utilizándola para pecar. Variadas acepciones tiene en la Sagrada Escritura el termino <<hermanos”. En este caso se está refiriendo a todos los parientes de nuestro Señor. Imagínense esto, si cada vez que en la Biblia aparezca la palabra hermanos significara que son personas a quienes una misma madre los parió, ¿cómo podrían explicar entonces de qué vientre nacieron los diversos grupos de hermanos mencionados en 1Cró 15, 3-12, los cuales alcanzan a números de 120, 220, 130, 220, 80 y 112. Imagínense, quien iba a creer y a reconocer que Jesucristo es el Mesías si todos hubiesen constatado con sus ojos que su madre no era Virgen. Precisamente, la virginidad de su  madre María era la gran señal para reconocer al Mesías que había anunciado el profesa Isaías (7, 14) y que Mateo 1, 22 dio reconocimiento escrito de su cumplimiento.

ü  Detrás de aparente preocupación de los propios parientes por Jesucristo se esconde la abierta indiferencia con que siempre asumieron el plan que Dios había trazado para con Jesucristo desde su niñez. Nos hace recordar cómo son tratados también hoy los niños y jóvenes que se ven despreciados por su propia familia en sus inquietudes vocacionales. Hay padres de familia que se vuelven totalmente en contra de sus hijos si estos manifiestan tener vocación a la vida sacerdotal o religiosa. Estas dificultades no son más que pruebas, que así como Jesucristo las enfrentó y superó, también las deben superar nuestros niños y jóvenes de hoy.

ü  Nos está dando una gran noticia nuestro Señor, es un regalo sin igual el que nos da. Quienes le seguimos, su Iglesia, es una familia; y esa fraternidad se siente y se vive con intensidad en la medida que todos y cada uno hacemos caso a nuestra santísima Virgen María: “hagan todo lo que Él les diga”. (Jn 2, 5)

ü  Nos está recordando nuestro Señor que antes que nosotros Él padeció en carne propia el rechazo y la incomprensión de sus propio entorno familiar. Nos está recordando que padeceremos muchas tribulaciones y momentos difíciles por seguirle fielmente dentro de la Iglesia que Él personalmente fundó.

ü  Se nos abren los ojos para comprender que la paternidad o maternidad física, siendo muy importantes, no lo constituyen todo para la persona. Porque cada hombre o mujer no depende únicamente de sus progenitores, sino sobre todo de Dios, que da el ser a todo cuanto existe.

ü  Jesucristo insistió a sus discípulos en el tema de la fraternidad universal. Por este motivo, cualquier persona que sufre debe constituir un reclamo para mí. No puedo quedar indiferente, porque ¡se trata de mi hermano! ¿Cómo puedo abandonarle?

ü  Los niños y los jóvenes ven en este acontecimiento de la vida de nuestro Señor Jesucristo un espejo de cómo es la vida y de lo que les espera. A todos nos está enseñando que tarde o temprano llega el momento de partir de casa y asumir con responsabilidad la propia vida. Por eso desde los primeros años asumimos con entusiasmo y compromiso el estudio, la laboriosidad, el saber ejercer la libertad y el tomar decisiones, entre otros. No es lo normal que alguien crezca y eternamente permanezca en casa sin madurar y transitar las diversas etapas de la vida. Existen personas de muchos años que permanecen siendo eternamente adolescentes, que se resisten a cambiar, a quemar etapas: son los llamados adolescentes en cuerpo de adultos.

ü  Aprendemos todos con este pasaje bíblico que los cambios más trascendentales en la vida no son fáciles y que debemos ser firmes en mirar siempre hacia adelante cuando los caminos que vemos para transitar son los de Dios.

Elaborado por: Padre Héctor Pernía, Sdb (Mfd)

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